Una noche de lluvia que asusta
Estaba remendando una cama rota, pero el estruendo afuera me revolvía los nervios.
¿Qué hacía tanto ruido? Dejé las herramientas y salí al patio.
Una docena de lechones correteaban, gruñendo y hurgando por todas partes.
¿Eh?
Mamà salió hace dos días y me pidió alimentar a los cerdos dos veces al día.
Se me había olvidado.
Dos días enteros sin darles de comer.
Los animales estaban frenéticos de hambre.
Desperté justo cuando, en el sueño, preparaba a toda prisa la comida para los cerdos.
Afuera rugían el viento y la lluvia.
Había llegado el tifón Lekima.
Las cortinas de agua golpeaban la cubierta plástica de la ventana: a veces espaciadas, a veces densas.
Esa noche no iba a pegar un ojo.
Mañana debía encontrar la forma de amortiguar el golpeteo.
¿Por qué no hacerlo ahora? Total, igual no podía dormir.
Me levanté solo con un short, tomé unas ropas viejas y, con el torso desnudo, me subí al alféizar.
Desafiando el viento y la lluvia de lado, lancé una a una las prendas sobre la cubierta.
El ruido bajó bastante.
Me rasguñé el brazo sin querer y la sangre empezó a brotar,
pero el trabajo estaba hecho.
Por fin podía acostarme tranquilo.
Publicado el: 10 de ago de 2019 · Modificado el: 20 de nov de 2025